Ayer, llevé a mi pequeña a una fiesta de disfraces de halloween, la habían organizado sus monitores de gimnasia, encontramos la puerta cerrada con un cartel que decía "llamar a la puerta tres veces..." y al llamar comenzó a salir un humo blanco por las rendijas de la puerta. Yo estaba esperando que mi hija se agarrara en cualquier momento a mi pierna, ya lo había hecho en otras ocasiones, y tuviéramos que regresar a casa. Pero no fue así, con su bolsa de merienda entró toda decidida hacia la fiesta, para contarnos más tarde que se lo había pasado muy bien. El miedo habría dejado sin fiesta a mi hija. El miedo nos deja muchas veces sin fiesta. El temor a que nos hagan daño, el vértigo que nos impide cruzar el puente y disfrutarlo, ese paso que no damos por temor, miedo escénico, nos empuja a la soledad, al individualismo. Ese miedo que nos hace ponernos la coraza cada vez que salimos de casa, podemos dejar atrás el paraguas, la chaqueta, incluso la cartera, pero la armadura que nos protege del mundo, esa nunca la olvidamos. Tenemos miedo a que nos hagan daño y esa defensa a ultranza de nuestra "seguridad", hace que perdamos muchas veces la oportunidad de conocer gente, paisajes, sensaciones únicas. No quiero hacer apología del "puenting", pero un poco más de valentía sabiendo decir "no" a tiempo a lo que no nos gusta o puede hacernos daño, evitaría que tuviéramos que salir huyendo antes de saber por qué corremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario