Todavía hoy, en San Gregorio, el barrio de Telde donde vivo, se pueden encontrar puertas abiertas. Casas terreras que al iniciar el día se abren y se cierran al anochecer, para descansar. Recuerdo que cuando era niño, en mi pueblo, las puertas estaban abiertas durante todo el día. Las bombonas de butano, las bolsas de la compra, las bicicletas, estaban en los portales. Se llamaba a la puerta usando la aldaba, pero la puerta estaba casi siempre entreabierta, te ofrecía hospedaje si era eso lo que deseabas. No estoy en contra del progreso, de hecho estoy “colgando” esto, no sé muy bien dónde, y me parece estupendo poder hacerlo. Podemos hacer la compra por internet, comunicarnos en las redes sociales sin levantarnos del sillón del salón o hacer videoconferencias, trabajar en muchos casos desde casa, el teletrabajo le llaman, jugar todos los deportes imaginables en la play station o en la Xbox y todo esto sin salir de casa. Una auténtica maravilla, si esta forma de comunicación no excluyera la tradicional, la que creo que estamos perdiendo.
Uno de los muchos motivos por los que me gusta mi barrio, San Gregorio, es porque se resiste, todavía se mantiene la relación entre vecinos, las pequeñas tiendas, la vida de calle. Esta forma de vida, cuando las ciudades crecen, tiende a desaparecer. No estaría mal si fuéramos capaces de mantener lo bueno que ya tenemos y sumarle lo bueno que nos viene.
No hay comentarios:
Publicar un comentario