Desde que nacemos nos van enseñando el uso racional de las cosas. La comida, ropa, calzado, estudios, nos lo van facilitando conforme lo vamos necesitando. Si un miembro del grupo decide coger el dinero y gastarselo en lujos y caprichos, el resto del grupo se sentiría injustamente tratado, estafado, engañado. Lo que tenemos en casa es de todos, todos aportamos de una forma u otra y de acuerdo a nuestras posibilidades, con nuestro salario si trabajamos fuera, con nuestro esfuerzo si trabajamos dentro de casa, y hace uso de esos bienes aquél que lo necesita. Y ahí está parte de la cuestión, el que lo necesita, puede surgir una operación quirurgica, un viaje urgente, una avería en la vivienda, una enfermedad, la pérdida de un trabajo, mil situaciones para las que sería necesario ese fondo común.
Pero qué pasa cuando el grupo no es una familia, sino una comunidad, y el fondo común es para hospitales, educación, desempleo, jubilación, viudedad... El que reparte estas cuestiones puede ser un buen, mal o pésimo administrador, pero dejando ese escabroso tema al margen, ¿qué hacemos los miembros del grupo? ¿Usamos los recursos sólo cuando los necesitamos? Conozco muchos trabajadores que trabajan con contrato indefinido, cotizan a desempleo toda su vida, un poco cada mes (1,5% de su base reguladora), y lo dejan en el fondo común, (para una base reguladora de 1000 euros, 16 euros a la hucha cada mes). Y esa aportación, junto con la de las empresas (70 euros para el ejemplo anterior), serán para aquellos trabajadores, que queriendo trabajar, pierdan el empleo.
Un mes de vacaciones al año puede ser poco tiempo, sin duda, de vez en cuando nos apetece darnos un capricho con el presupuesto familiar, un pequeño regalito para alegrarnos el cuerpo. Pero lo que no puedo pensar es que lo que yo aporto es sólo para mí, si pensamos así, el fondo comun se rompe.
Si el fondo común se rompe, si se rompe la solidaridad, la selva está a la vuelta de la esquina y en la selva sólo sobrevive el fuerte...
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